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<p>El país en conflicto se erige en metáfora de los retos que presenta el <strong>Sahel</strong> para Occidente en general -primordialmente en su proyección de Comunidad Atlántica-, y para nuestra Unión en particular. Metáfora, en primer lugar, del sufrimiento de poblaciones que sobreviven malamente, asoladas por condiciones climatológicas extremas y gobiernos que carecen del más elemental concepto de responsabilidad frente al ciudadano. Metáfora de la complejidad de factores -e intereses en diversos ámbitos- que es preciso desenmarañar para empezar a comprender, tarea difícil de abordar desde los análisis binarios a los que somos proclives. Metáfora, asimismo, de la retirada de Estados Unidos y Europa de la región. Y <strong>Rusia</strong> llenando el vacío. Por fin, metáfora de seguridad: por mucho que Ucrania justificadamente acapare nuestra atención, hemos de preocuparnos (y ocuparnos) de este bajo vientre geopolítico de Europa</p>
Internacional