En los años 90, Chris O’Donnell era considerado el nuevo talento de Hollywood, un actor que brillaba en películas como Perfume de mujer, Tomates verdes fritos y Las cosas que nunca mueren. Su nombre sonaba fuerte en los despachos de los grandes estudios: estuvo en la lista para ser Jack Dawson en Titanic y Peter Parker en *Spider-Man. Todo parecía indicar que sería uno de los rostros eternos del cine.
Pero convertirse en superhéroe fue el inicio de una seguidilla de malas decisiones que lo dejaron fuera de la industria. Batman & Robin (1997), con su estética artificial y guion ridiculizado, fue un fracaso de taquilla y crítica que lo marcó para siempre. A eso se sumó su decisión de rechazar el protagónico de éxitos como Titanic y Hombres de negro, oportunidades que habrían cambiado su destino. En el caso de Spider-Man, fue el propio director quien finalmente se inclinó por Tobey Maguire. De la noche a la mañana, O’Donnell pasó de ser candidato a papeles icónicos a estar prácticamente ignorado por los estudios.
Ante ese desencanto, tomó una decisión valiente: se retiró honrosamente del cine. Con el dinero que había ganado, apostó por lo más importante: su familia. Casado con Caroline Fentress desde 1997 y padre de cinco hijos, eligió la tranquilidad del hogar por encima de la ambición desmedida. Y aquí aparece la ironía que lo humaniza: alentado por sus amigos, abrió una pizzería llamada Pizzana.
Lo curioso es que muchos piden pizza para ver películas… y en sus tiempos libres, Chris O’Donnell mismo entregaba las pizzas. Un actor que llevaba la cena a quienes, quizá sin saberlo, lo habían visto actuar como Robin o en NCIS: Los Ángeles. La imagen es casi poética: el héroe que un día salvaba Gotham en pantalla, ahora tocaba la puerta con una caja caliente, alimentando momentos familiares.
Con el tiempo, volvió a la actuación en televisión, reinventándose como el agente G. Callen en NCIS: Los Ángeles. Pero ya no lo movía la obsesión por la fama ni el dinero: su negocio le daba estabilidad y, sobre todo, le permitía dedicar tiempo a su esposa y sus hijos.
La historia de Chris O’Donnell no es la de un fracaso, sino la de una elección valiente. Supo dejar atrás la carrera que lo desgastaba y construir una vida humilde, cálida y plena junto a los suyos. En un mundo donde la ambición suele devorar a los artistas, él nos recuerda que la verdadera grandeza no siempre está en la cima, sino en saber cuidar lo que más importa: el hogar, la familia y la paz interior.