Socks, el querido “primer gato”, llegó a la vida de los Clinton de la forma más dulce: un día saltó directo a los brazos de Chelsea y así conquistó a toda la familia, incluido el presidente Bill Clinton.
De la calle pasó a los pasillos de la Casa Blanca, donde se volvió una estrella para los niños, que lo veían incluso guiarlos en la web oficial.
Bill solía bromear que le fue más fácil negociar la paz que lidiar con Socks, un gatito que dejó huellas tiernas en toda una nación.