A menudo se comete el error de confundir el simple acto de comunicar con la disciplina profesional del periodismo, desdibujando una línea que debería ser infranqueable: la verificación.
En el ecosistema mediático de Ecuador, esta confusión ha servido de coartada perfecta para que la especulación y el chisme se disfracen de “periodismo de farándula”, permitiendo que, bajo la excusa de la “noticia suave”, se mercadee con la vida privada y la honra ajena sin el menor rigor ético.
EL PERIODISMO ES UNO SOLO
Mientras algunos medios tradicionales se lavan las manos con descargos de responsabilidad para priorizar el rating sobre la dignidad, es urgente recordar una premisa olvidada: el periodismo es uno solo.
Ya sea económico, deportivo o de espectáculos, si no hay fuentes contrastadas ni evidencia, no es periodismo; es ruido, y el daño que provoca es real.
Surge entonces la pregunta: ¿Es lo mismo hacer periodismo deportivo, político, económico, o crónica roja? La respuesta es rotunda: Sí, en su esencia. Solo cambia el objeto de estudio, no el método.
Las diferencias son de forma, no de fondo. Un periodista económico analiza el PIB (Producto interno bruto) y la inflación basándose en datos oficiales; un periodista deportivo analiza el rendimiento de un atleta basándose en estadísticas y hechos en la cancha.
El problema actual es que, en áreas como el deporte o la farándula, se ha permitido que el “hincha” o el “amigo del famoso” reemplace al periodista.
Pero la regla de oro permanece inalterable: ya sea que hables de un gol o de una crisis bancaria, si no hay verificación, fuentes contrastadas y veracidad, no estás haciendo periodismo, estás haciendo ficción.
La crítica debe ser implacable: lo que hoy se practica en muchos espacios de farándula en Ecuador no es periodismo de espectáculos, sino pseudoperiodismo (imitación engañosa) de especulación.
Se ha establecido un modelo de negocio donde la falta de fuentes, la ausencia de evidencia y la proliferación del “chisme” se justifican bajo la etiqueta de entretenimiento.
La licencia de abordar temas ligeros jamás debe ser una licencia para relajar la ética. En el periodismo de farándula que se consume masivamente, el rumor sustituye a la fuente y la opinión de un panelista reemplaza la verificación.
El resultado es el mercantilismo de la intimidad, donde la vida privada de una figura pública se convierte en materia prima desechable, generando ganancias al medio mientras causa un daño personal y reputacional irreversible.
“LAVADO DE MANOS”
Uno de los puntos más críticos es el uso recurrente de la leyenda: “Este medio de no se responsabiliza de los comentarios vertidos por sus conductores.” Éticamente, esta frase es la confesión de la irresponsabilidad editorial. Un medio de comunicación profesional no puede delegar, a un tercero, la verdad y el rigor.
Al publicar esta advertencia, el canal o plataforma admite tácitamente que está dispuesto a emitir información no verificada o comentarios potencialmente difamatorios a cambio de rating.
La dirección del medio utiliza esta cláusula como un escudo legal para obtener los beneficios económicos del escándalo, mientras evade la responsabilidad profesional sobre el contenido que ha decidido difundir en su propia señal.
La irresponsabilidad se agrava con el perfil de muchos de los presentadores, cuya credibilidad a menudo no proviene de la formación periodística o el rigor investigativo, sino de su capacidad para generar controversia.
Cuando se permite que la opinión sin sustento domine el espacio informativo, el medio falla en su función social.
Este fracaso ético tiene consecuencias reales, como lo demuestran los múltiples casos en los que las víctimas de la especulación han tenido que recurrir a los jueces para litigar.
El diagnóstico es claro: en Ecuador y otros países, una porción de la comunicación ha abandonado la ética para abrazar el espectáculo, utilizando la farándula como un caballo de Troya para la irresponsabilidad editorial.
Sin embargo, esta realidad no es una condena, sino una urgente llamada a la corrección.
LA VERDAD NO ES NEGOCIABLE
El periodismo, en su sentido más puro, no puede ser relativizado por la temática. La máxima que reza que el periodismo debe ser veraz, contener fuentes y siempre decir la verdad, es una norma universal que aplica con el mismo rigor a un reportaje sobre política fiscal que a una nota sobre la vida de un artista.
Si un medio pone su prestigio y su señal a disposición de un programa, es su deber ético garantizar que los presentadores, independientemente de su popularidad, operen con el mismo código deontológico (normas y principios éticos que guían al profesional) que un periodista de investigación.
La audiencia merece conductores que, si bien pueden tener un enfoque de entretenimiento, conozcan y respeten los límites de la difamación y el derecho a la honra.
El llamado final es claro: recuperar la dignidad del oficio, exigir veracidad y rechazar el sensacionalismo, porque el periodismo, en cualquier ámbito, debe ser siempre fiel a los hechos.