Mateo, un niño de 10 años, vivía en las calles de un pequeño barrio pobre. Sus ropas estaban gastadas, sus zapatos rotos, pero su espíritu brillaba con una inocencia inquebrantable.
Todos los días, Mateo vendía caramelos en la esquina de una transitada avenida. Con el poco dinero que ganaba, ayudaba a su madre a mantener la humilde casa en la que vivían, un pequeño cuarto con paredes de madera y un techo que apenas resistía la lluvia.
Un día, mientras caminaba de regreso a casa tras una larga jornada, algo llamó su atención.
Bajo un banco en la plaza, vio una billetera de cuero elegante y bien cuidada. Curioso, Mateo la recogió. Al abrirla, sus ojos se agrandaron.
Estaba llena de billetes de alta denominación, tarjetas de crédito y documentos de identificación. Nunca había visto tanto dinero en su vida.
La billetera pertenecía a un hombre llamado Don Roberto Salcedo, uno de los empresarios más ricos de la ciudad.
La fama de su fortuna era conocida por todos en el barrio, y Mateo no podía creer que estuviera sosteniendo algo que le pertenecía.
En ese momento, cualquier otro niño habría tomado el dinero y huido, pero no Mateo.
Sabía que lo correcto era devolverlo, aunque las tentaciones le susurraban lo contrario.
Con el corazón acelerado, corrió hacia la dirección que encontró en una tarjeta dentro de la billetera.
Llegó a la lujosa mansión de Don Roberto, un lugar tan grande que parecía imposible que alguien viviera ahí solo.
El contraste entre esa riqueza y su realidad diaria era abrumador.
Respiró hondo, golpeó la enorme puerta de madera, y esperó.
Un guardia lo atendió, mirándolo de arriba abajo con desconfianza.
—¿Qué haces aquí?
—preguntó con tono cortante.
—Encontré esto
—dijo Mateo, extendiendo la billetera
—. Es de Don Roberto Salcedo.
El guardia frunció el ceño, sorprendido, y luego lo llevó adentro, donde Don Roberto estaba sentado en un elegante sillón.
Al ver a Mateo con su billetera en las manos, el empresario no pudo evitar sonreír con incredulidad.
—¿Dónde la encontraste, muchacho?
—preguntó Don Roberto, acercándose.
—Estaba en la plaza, señor. Quise devolvérsela porque sé que es suya.
Don Roberto miró al niño con asombro. Había perdido la billetera esa misma mañana y había asumido que nunca la recuperaría.
El gesto de Mateo, un niño pobre que fácilmente pudo haber tomado el dinero y huido, lo conmovió profundamente.
—Has hecho algo muy noble, niño
—dijo Don Roberto con una sonrisa
—. Te lo agradezco mucho.
¿Qué puedo darte a cambio? Pide lo que quieras.
Mateo, nervioso, miró al suelo, pensando. Sabía que era su oportunidad para pedir algo que cambiara su vida y la de su madre.
Podía pedir dinero, ropa nueva, comida para muchos días… pero en lugar de eso, levantó la vista y dijo:
—Solo quiero que me ayude a encontrar trabajo para mi mamá.
Don Roberto se quedó paralizado.
Había esperado que el niño pidiera una recompensa material, pero el deseo de Mateo lo dejó sin palabras.
Ese niño, que claramente necesitaba mucho, no pensaba en sí mismo, sino en su madre.
—¿Trabajo para tu mamá?
—preguntó Don Roberto, sorprendido.
—Sí, señor. Mi mamá está enferma y ha intentado encontrar un buen trabajo, pero no tiene suerte.
Si ella tuviera un empleo, podríamos vivir mejor.Las lágrimas llenaron los ojos de Don Roberto.
A lo largo de su vida había conocido a mucha gente, pero nadie lo había conmovido de la manera en que lo hacía este pequeño niño.
Él había esperado egoísmo, pero había encontrado puro amor y sacrificio.
—No solo voy a ayudar a tu mamá a encontrar trabajo
—dijo Don Roberto, su voz quebrándose
—, sino que también me aseguraré de que ustedes no tengan que volver a preocuparse por nada.Mateo lo miró, incrédulo.
—Desde hoy, tú y tu madre serán parte de mi familia.
Te llevaré a una buena escuela, tu mamá tendrá el mejor trabajo, y nunca más pasarán necesidad.Mateo, abrumado por la emoción, sonrió.
No podía creer que aquel día, que había empezado como cualquier otro, terminara de esa manera.
Don Roberto cumplió su promesa.
La vida de Mateo y su madre cambió para siempre. Pero lo que Don Roberto jamás olvidaría no fue solo el gesto de devolver la billetera, sino la pureza y el corazón de un niño que, en su mayor necesidad, solo pensó en el bienestar de su madre.
De: Walter González
Para: Coralnoticias New York