James Harrison no usó bisturíes, no trabajó en laboratorios ni firmó papers científicos.
Aun así, salvó más vidas que muchos hospitales juntos.
Conocido como el Hombre del Brazo de Oro, este australiano poseía algo extremadamente raro en su sangre: el anticuerpo Anti-D, esencial para prevenir la enfermedad hemolítica del recién nacido, una condición que durante décadas fue una sentencia de muerte para miles de bebés.
Durante más de 60 años, desde los 18 hasta los 81, Harrison donó plasma cada dos semanas, sin faltar, convirtiendo un gesto silencioso en una cadena masiva de vida.
Gracias a esa constancia casi inhumana, se produjeron tratamientos que protegieron a 2.4 millones de recién nacidos en Australia y el mundo.
No fue famoso.
No fue millonario.
Pero su sangre escribió una de las historias más grandes de la medicina moderna.
A veces, los verdaderos héroes no salvan vidas una vez…
las salvan millones de veces, sin aplausos.
Fuente: Mr. Bizarro