El izquierdista Gustavo Petro cumple este 7 de agosto su primer año en la Presidencia de Colombia aferrado a la paz total mientras sus reformas de cambio se han quedado estancadas y bajo la sombra del escándalo desatado por la supuesta financiación ilegal de su campaña.
El primer año de Petro ha sido de símbolos: desde que la primera orden presidencial fuera sacar la espada de Bolívar a dar espacio en eventos oficiales a la Guardia Indígena, pasando por gobernar durante una semana desde La Guajira, el departamento con las mayores tasas de pobreza.
Símbolos necesarios para poner en valor a la población que ha sido invisibilizada acompañados de eternos discursos -su seña de identidad- que desgranan las heridas y cicatrices del país y sus causas, pero que no han sido aterrizados en políticas concretas.
«El Gobierno ha mostrado una voluntad de cambio, ha sido un Gobierno terco y obstinado en hacer aprobar unas reformas a la salud, a las pensiones, al mercado de trabajo«, asegura el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Rosario Mauricio Jaramillo. «Lo malo -señala- es que el Gobierno no ha podido concretar el mandato de la gente y lograr ese cambio«.
Las principales reformas están aún por aprobar en un Congreso donde los partidos tradicionales empezaron apoyándolo pero ya no tiene mayorías y el escándalo de su hijo puede restarle más apoyos.