Sostenía Aristóteles que los seres humanos se dividen en dos clases: quienes son capaces de prever y de gobernarse a sí mismos y quienes son incapaces de ello; estos últimos deben ser considerados como siervos por naturaleza y jamás podrán ocupar un sitial en la conducción de la comunidad política.
Los ecuatorianos hemos sido testigos de la negativa de la Corte Constitucional de dar paso a ciertas medidas de urgencia propuestas por el presidente de la República por considerar que no existe tal urgencia.
Más allá de los tecnicismos legales y de la interpretación estrictísima de la ley, tema en el cual este cronista es lego (pero recuerda el axioma ciceroniano de que “Summum ius, summa iniura” –“El derecho llevado al extremo provoca una suprema injusticia”-), el sentido común obliga a pensar que la urgencia no solo se presenta por hechos del pasado sino también por posibles acontecimientos del futuro que es prudente prevenir.
La moraleja de esta anécdota verdadera cae por su propio peso: ciertas personas con capacidad de decisión pero no de previsión no deberían regir ningún aspecto de la república.