En el trayecto que va desde la estatua de Colón de Barcelona hasta plaza Catalunya, Susanna (52 años y procedente de Texas) se lleva su primera sorpresa con la ciudad: “Solo hay turistas, ¿dónde están los barceloneses?”.
Comenta que ha llegado en un crucero por el Mediterráneo con su familia y solo tienen unas horas para visitar la capital catalana, como los cientos de pasajeros que la acompañan en el barco y que también han enfilado Rambla arriba. Toca exprimir al máximo el tiempo.
Comprará recuerdos, intentará comer paella y verá La Pedrera solo por fuera porque no ha reservado entrada. “No me esperaba tantísima gente”.
Es una más de los casi 30 millones de turistas extranjeros que han llegado a España hasta la fecha. La crisis del sector durante la pandemia ya está superada y todos los analistas apuntan a una temporada estival récord en visitantes y gasto –ver gráfico–. Pero mientras esta recuperación explosiva del turismo ha desatado la euforia entre las empresas del ramo, en los destinos más saturados regresan las quejas de los vecinos y los conflictos. Ha sucedido recientemente en Barcelona con las visitas y fiestas masivas en los búnkers del Carmel, o en Málaga con el movimiento ciudadano que exige poner coto a los pisos turísticos en el centro, donde ya hay más viviendas de alquiler vacacional (casi 4.780) que residentes censados.