Jamás estuve ausente de tus dolores y pesares. Con estoicismo pude darme cuenta de cuan delgado es el hilo que separa la vida de la muerte. Entendí, ahora, por qué solicitaste a tus hijas un “city tour” para adherir las imágenes de la ciudad a tú piel, las que por siempre quisiste retener, del Guayaquil polvoriento de los años 40 del siglo pasado y el de la modernidad actual, del norte citadino. Trabajaste tanto por ella desde las RR.PP. de la Municipalidad de la ciudad, sin rapiñar un céntimo.
Sonreíste, cargado de asombro. A tus años descubrías como un niño al Guayaquil de ahora, creciente, pujante y adolorido por tantos crímenes y bajezas políticas, que no terminaste de entender, porque tú cantabas al amor, a la esperanza y al mismo Dios, como queriendo decirnos que en los últimos años te había atrapado la ilusión panteísta.
Recorriste el suburbio, retaceado de dolor, angustias y carencias, como queriendo comprobar, una vez más, que tu canto rebelde y fuerte fue fiel a la verdad tangible que copiaron tus ojos. Viste el Malecón 2000, las casuchas clavadas al Estero Salado y a un lado del inmenso río…
Recién hoy entendí cuánto te aprecio, hermano querido.
También entendí el valor que tiene la frase hermano querido, que de tanto repetirla parece inocua. Supe que te aprecio una inmensidad, más que el primer día cuando me advertiste que (en el quehacer periodístico) debía temerle a las víboras y NO a los lobos. Entonces te conocía como reportero y supe que te llamaban “lobo”. Debo agradecerle a la vida y al mismo Dios porque aún bisoño, en estos avatares de escribir, me puso a gente como tú en mi camino de la búsqueda de la verdad. Te lo debo a ti y a Carlos Julio Armanza Ochoa.
Tú eras periodista de calle, yo de escritorio. Tú escribías poesías, yo relatos cortos; pero, ambos nos nutríamos de las calles, del sudor de los albañiles; del olor a colonia barata de las putas pintarrajeadas que paraban en las esquinas; de las palabrejas de los sapos embaucadores de los portales, ensayando su timo; del vendedor ambulante, del choro que se escondía en los zaguanes, después de “aplicar el chino” para robar sin matar…Fueron otros tiempos, sin niños gatilleros.
Más tarde compartimos escritorios y redacciones, libros y lecturas, vodka para conversar experiencias sanas y en valores, aunque sufrimos siempre los sufrimientos ajenos, de la masa aún irredenta, víctima más del engaño que de la mentira de los políticos, hoy desnudados públicamente.
Gracias Hermano Querido por haberme enseñado amar al prójimo por sobre todas sus bajezas y a perseguir la verdad con pasión hasta atraparla. Concebiste incesantemente el mundo a tu manera, singularmente, con noticias y versos, y en esa línea gastaste energía y neuronas y hoy te llegó la hora inexorable de descansar.
Gracias Hermano Lobo, tus enseñanzas se quedarán aquí y para siempre… ¿Cómo olvidar que tú escribiste que “…un muerto te saluda”? para construir la más hermosa de las despedidas que haya leído: “UN CADÁVER SENSIBLE TE PIENSA / EL ATAÚD DE MI CUERPO TE RECLAMA / MI MUERTE AMA TU VIDA”.
Hasta siempre Hermano Querido
ANTONIO MOLINA.
Antonio Molina Castro Aráuz R Ampy Maria Eugenia Arauz Martinez Marìa Pastora Aràuz Balseca Rosamel Pati Aráuz Carlos Julio Armanza Ochoa Carlos Anibal Aráuz Basantes Marlene Betty Astudillo Parker Antonio Kure Luis Alfredo Ramirez Chiquito Colegio de Periodistas del Guayas Federación Nacional de Periodistas del Ecuador – Fenape Oficial Ernesto Velazquez