Al día de hoy ya suman siete días desde que usted asumió -oficialmente- funciones como Alcalde de Guayaquil, la capital económica del país; y, con ello, haber iniciado su liderazgo en la conducción de la mencionada ciudad y, así y sobre todo, el resolver los nudos críticos presentes, latentes y los que puedan surgir. ¡Un señor desafío! No obstante, y siendo la misión sagrada -que usted lleva sobre sí- de tal magnitud y de significativa complejidad, cabe reflexionar en aquella máxima propia del socialismo moderno: el principio objetivo del mérito, la participación ciudadana y la igualdad y el fomento de oportunidades, desde casa.
Me llamó poderosamente la atención lo que usted en su momento compartió a distintos medios de comunicación, en cuanto a estar en sintonía con los principios de la Revolución Ciudadana, principalmente en la revalorización y priorización de la persona, del ser humano, por sobre el gran capital, en especial el de tipo financiero, a su inclinación hacia la búsqueda del bienestar colectivo y a apostar por ‘lo social’. Haberlo difundido -por su propia boca- en la etapa introductoria de la campaña electoral seccional define a un hombre que dice lo que piensa y que hace lo que dice, decente, valiente, que no se amilanó ante los prejuicios ideológicos, que subestimó “hacer números” políticos y que únicamente estimó que su persona (forjada en la labor humana más digna que puede haber en la historia de la humanidad: el trabajo honesto y honrado) y su contingente (su experiencia como empresario y como dirigente deportivo) podían servir para auténticamente cambiar en positivo la vida de la gente desde lo urbano, aunque ese “sí generoso que dio para la Alcaldía de Guayaquil” le implique sacrificar tiempo valioso familiar y personal y el abandonar la “tranquilidad” propia del sector laboral desde lo privado y lo deportivo.
Esa oportunidad que el expresidente Rafael Correa le brindó y que el voto popular le condujo, desde la papeleta electoral hasta el sillón de Olmedo, está hoy en sus manos, y también en las manos de quienes le acompañan en su gestión, donde la expectativa ciudadana es sumamente alta y donde no hay espacio para mirar únicamente casa adentro. Nótese que no esgrimo: “no hay espacio para el error”. Aquello sería un absurdo y, de paso, ridículo, dado que somos seres humanos y somos susceptibles de caer en yerros, sea que los propiciamos o sea que nos conduzcan -terceras o terceros- a ellos. Sí afirmó: “no hay espacio para mirar casa adentro”.