En ‘El General en su laberinto’ de Gabriel García Márquez la imaginación nos permite reconstruir una compleja personalidad como la de Simón Bolívar. La bibliografía bolivariana se nos presenta tímida a la hora de describirnos esa angustiosa última etapa suya, del 1 de marzo hasta el 17 de diciembre de 1830.
Tal es el período que el autor aborda en esa novela —histórica si partimos de su vinculación visceral con acontecimientos y personalidades, pero fiel a un estilo que, a veces apoyándose en hipérboles y metáforas sorprendentes, tiene la virtud de iluminar allí donde no pudo ni la ciencia del dato, ni la cronología, ni el informe más o menos oficial—.
‘El General en su laberinto’ agrega a la soledad otro aspecto: el amor contrariado referido a la Patria. Se trata, pues, de un libro triste para cuantos nos acostumbramos a ver en Bolívar al triunfador y olvidamos de la advertencia que hiciera José Martí: «Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo».
‘El General en su laberinto’ es contada desde una omnisciencia que posibilita adentrarse en los procesos espirituales de un hombre que va a la muerte, como si de propia mano lo hubiera prefijado en un severo calendario.
Hay mucho de tragedia griega en esa trama que se desarrolla sin olvidar las grandezas y miserias de una época. Apuntan a lo griego el río en su transcurrir incesante e impredecible; la relación del héroe con la Patria Grande a la que aspira, intensa y devoradora, pasional; la barca en que se padece y se sueña, se delira y se navega a un final inevitable; el laconismo de los diálogos, y, por último, la conciencia de estar viviendo un drama despiadado.
En tiempos de elecciones vale la pena volver a esta novela. Estamos, como su protagonista, a las puertas de una tragedia a la manera griega: se sueña, se delira y se navega a un final inevitable donde, en suma, no prevalece el amor a la Patria.