Partiendo de evidencias claras, provenientes de datos del mundo real (…) la contaminación atmosférica definitivamente tiene un impacto no solo en nuestra salud física, también mental», afirma a EFE la doctora e investigadora Amy Ronaldson, del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King’s College de Londres.
La doctora Ronaldson codirige junto con su homólogo, Ioannis Bakolis, profesor de Bioestadística y Epidemiología, un estudio que muestra «que la contaminación incrementa la severidad del uso de los servicios mentales de salud», y crea una necesidad médica en su reducción, sostiene éste.
Más de 5.000 personas diagnosticadas con demencia en el sur de Londres, conocida por su alta polución, fueron la fuente de su investigación, «Exposición a la polución está asociada con el incremento de servicios psiquiátricos en personas con demencia», durante más de nueve años.
Sus conclusiones: la alta exposición a la contaminación incrementa el uso de estos recursos; es un 27% más probable necesitar asistencia entre personas sin condición previa médica, y un 38% entre aquellas que padecen demencia o alzheimer.
La amenaza invisible
Tanto la nocividad como su no visibilidad hace que este fenómeno pase inadvertido: «podemos llamar a la contaminación la asesina invisible, porque no es algo que puedas ver», dice Balokis.