Quienes me conocen personalmente, o quienes leen asiduamente esta columna saben que profeso el feminismo.
Lo hago con convicción. Creo en ese movimiento político, social y filosófico que se inició en el siglo XIX para afirmar a las mujeres como personas con derechos. Agradezco a quienes, desde hace muchos años, han abierto puertas para las que llegamos después.
Admiro profundamente a las mujeres que han ganado espacios fundamentales para todas nosotras: en la academia, la empresa, la política… Asimismo, siento esa responsabilidad de llevar la bandera del feminismo sin excesos, perversiones ni oportunismos.